Las escritoras de una pequeña ciudad ven amenazados sus escritos por un hombre de letras frustrado. La desesperación por el éxito lo lleva a dar pasos equivocados.
Fotografía cortesía de Pixabay
Aún no sé si los detalles de esta historia son ciertos, o únicamente algunos, me resulta difícil creerlos. Se parece más a la historia de alguien que acecha a las mujeres por interés sexual, no por cuestiones literarias. Sin embargo, en la era de internet es más fácil ubicar a la personas de lo que creemos. A veces no estamos conscientes de lo que revelamos al tratar de promocionar nuestras obras. Eso produce que, para bien o para mal, sea fácil localizar nuestra dirección.
En un pequeña ciudad escocesa, un escritor frustrado por el rechazo de sus obras, ya que se consideraban mediocres, comenzó a plagiar las obras de escritoras de relativa calidad. Aunque no eran las mejores, si se esforzaban muchísimo para escribir sus novelas, colecciones de cuentos y poemarios. Era triste que este ladrón de letras, de nombre Paul, encontrara la forma de introducirse en sus casas y extraer los borradores. No importa que los manuscritos ya estuviesen impresos o en un archivo computarizado. Tenía los conocimientos suficientes para vulnerar la información electrónica.
Con los borradores a mano, hacía las modificaciones necesarias; sobre todo se encargaba de que el trabajo pareciera escrito por un hombre. En un tiempo corto, publicó dos poemarios, un libro de cuentos y una novela corta; todo con un pseudónimo.
Aun así, no consiguió el éxito que esperaba. Enfadado, comenzó a explorar otras alternativas. Se percató de la presencia en la ciudad de una exitosa y joven escritora, cuyo nombre era Rachel. Los libros de ella siempre estaban bien posicionados. No le resultó muy difícil saber dónde vivía, a qué hora trabajaba y hasta el horario en el que descansaba.
Por lo que leyó en prensa y en la red sobre la ya afamada Rachel, sabía que los críticos literarios esperaban que su próxima publicación fuese la mejor, la más madura y la que obtendría mayores ingresos. Creyó estar ante su gran oportunidad, tener en sus manos páginas valiosas, un material destinado al éxito. Su distorsionada manera de evaluar las cosas le impedía ver la realidad: por muy buena publicación que fuese, no era igual que se distribuyera con su pseudónimo.
A pesar de todo, este hombre siguió en su empeño y planeó el golpe. Entraría a toda costa a la casa de Rachel y robaría los archivos. Pensó que si fuese posible también obtendría otros borradores.
Paul se tropezó con un problema que no esperaba, la desconfianza de Rachel ante todo. Tenía por costumbre un alto nivel de seguridad en su trabajo, lo que incluía fingir que escribía a mano y que guardaba esos escritos en cierto lugar de su estudio. Además, respaldaba sus escritos electrónicos en varios lugares de la nube. En su equipo solo dejaba literatura digital de autores reconocidos de la historia; para despistar les colocaba nombres clave que solo ella descifraba. Por otra parte, había sufrido sus traumas y se daba cuenta si alguien la estaba vigilando.
Cuando Paul entró a la casa de Rachel, ella estaba escondida, así que se imaginó un trabajo fácil y comenzó a meter papeles en su maletín y a grabar archivos en su disco portátil. Paul no sabía que nada del material que se llevaba era lo que buscaba, tampoco que la casa ya estaba rodeada por agentes policiales. Así atraparon al plagiador.